VENTURAS Y DESVENTURAS DEL QUESO DE TRONCHON

-LOS JUSTICIAS Y JURADOS DE LA VILLA LO EMPLEABAN COMO MEDIO DISUASORIO
-UN PLEITO EN 1644 "COSTÓ ADEMÁS UN PAR DE QUESOS ENTREGADOS AL VICARIO"
-EN 1645 SE PAGÓ CON DOS ARROBAS DE QUESO, UN "CONCIERTO"

POR JOSE MARIA BARELLA MIRO - DIARIO LUCHA 19-11-79


En numerosas revistas dedicadas a la gastronomía, e, incluso, en periódicos de gran tirada, se ha hablado de un producto turolense que, además de merecer el honor de ser citado por Cervantes, llegó a mesas tan refinadas como la de la Corte de Versalles: el queso de Tronchón.
Juan Felipe Vila Sanjuán en su libro "Alacena y Bedega" (Plaza y Janés Barcelona 1971) lo describe como un queso "blanco, abizcochado, un poco ahumado... y con forma de platillo volante".
Dejando a un lado mi discrepancia con lo del abizcochado y ahumado, características poco recomendables para la calidad del queso tronchonero, aprovecharé la comparación con un platillo volante para tratar de un aspecto inédito de tan sabroso producto: la utilización de tal platillo como nave portadora de los deseos, súplicas y esperanzas de los vecinos y autoridades de la villa en la guerra y en la paz.
En ambas circunstancias, los pueblos se encuentran muchas veces indefensos ante situaciones que les vienen impuestas desde arriba: en la guerra son objeto, no sólo de demandas legales de servicios a los ejércitos beligerantes, sino también de la desmesurada afición al pillaje de los componentes individuales de los mismos, aún procedentes de las mejores familias; en la paz no son mejor tratados, a veces, por la lejana Administración.
Frente a tantas exigencias, legales e ilegales, las comunidades o "universidades", deban desplegar cuantos procedimientos disuasorios tenían a su alcance, desde los legales a los de la zorrería más refinada, entre los que figura la "estrena" o presente. Un regalo es siempre bien recibido y predispone al ánimo del receptor a mirar con buenos ojos al remitente.
Llevado por mi afición a atisbar por la cerradura de la Historia en busca de cómo se las arreglaban nuestros abuelos para soportar el peso de los grandes hechos que leemos en los manuales, tuve ocasión de tomar unas notas sobre las idas y venidas del queso de Tronchón en las "guerras ( y en las paces) de nuestros antepasados", en la vida cotidiana y en las calamidades que se han abatido sobre la ajetreada comarca del Maestrazgo, en la parte correspondiente a las antiguas Baylías de la orden de Jerusalén (Cantavieja, Castellote y Aliaga).

La "Universidad", Justicia y Jurados de la villa de Tronchón utilizaron el queso como medio disuasorio repartiéndolo profusamente para ponerse a bien con comisarios de guerra, salineros, colectores de bulas, usureros, soldados sargentos, alféreces, capitanes, comendadores, príncipes, condes y otros personajes a los que tenían que acudir para evitar que los vecinos de la villa quedaran con una mano delante y otra detrás para enfrentarse con la vida. No me extraña la fama adquirida por el producto, dada su difusión, lo que me extraña y mucho es que los tronchoneros pudiesen hincarle el diente a un pedazo y enterarse de su sabor, ahumado o no.

Mis notas abarcan desde mediados del siglo XVII, hasta principios del XVIII, y no ha sido posible extender más el trabajo por la confusión reinante en los archivos a partir del inicio de las guerras carlistas. Del período mencionado se conservan los libros de cuentas de los jurados de la villa e, incluso, encontré una memoria muy prolija de los hechos ocurridos en la guerra de la sucesión, escrita por el notario de la villa al que se debe... también, el meticuloso orden existente en el archivo hasta el final de su actuación.

Durante las campañas que, en el reinado de Felipe III, se llevaron a cabo en Cataluña, así como en la guerra de la Sucesión, la comarca de las Tres Baylías formó parte de la retaguardia, punto de concentración de tropas y, lo que es peor, asentamiento de los cuarteles de invierno de las mismas. Lugares y villas daban alojamiento a la soldadesca en "paro estacional". Españoles, tudescos, franceses, portugueses, valones y gente de la más diversa procedencia sometían a la zona a un constante pillaje que se unía a las exigencias legales de servicios de portes (valijas) y suministro de paja, carne, vino, etc.
Lo que podríamos llamar "capítulo de estrenas y presentes" extraído del libro de cuentas de los jurados de la villa, nos ofrece el siguiente panorama:

AÑO 1642
-28 libras de queso al "Capitán de Mirambel".
-10 libras "entregadas al Colector de Fogares para que aguarde hasta Navidad".
-Una arroba para el capitán que "estuvo en casa de Gerónimo Sancho".
-22 libras "al diputado".
-2 quesos (cada uno de tres a cinco libras) a don Melchor Pedro "cuando se negoció con él un préstamo".
-14 libras y media para el comisario "cuando se hizo el repartimiento de los soldados". Dichos soldados fueron doscientos alemanes, un grupo de napolitanos y otro "de a caballo de Flandes".

AÑO 1644
El jurado mosén Alloza viajó a Zaragoza para negociar un pleito con la "religión de San Juan" sobre el derecho de "plantar horcas". Le acompañaron en el viaje sesenta y dos libras de queso "para los advocados y procuradores", amén de dos cántaros de vino blanco. El pobre se las debió ver negras, pues tuvo que prolongar la estancia y pedir dinero prestado al Rector de Maella y a un Pedro Marqués.
-El dichoso pleito costó, además, "un par de quesos entregados al señor Vicario para recabar como nos habíamos de haber", con los portadores de tan delicados instrumentos, poner espías para vigilar sus movimientos y concertarse con los demás lugares de la Baylía sobre la forma de repartir el "presente al Sr.Arzobispo".
-A continuación, anotamos los gastos de los propios mandados a Zaragoza para informar de "lo mal que se portaban los soldados" y el obsequio de sesenta y tres libras de queso y dos cántaros de vino "al capitán que está en las Cuevas", acompañados de tres libras de tocino para "su Teniente". Siguen regalos de queso al Comendador, a dos Comisarios y diecisiete libras de las que no figura el destinatario.

AÑO 1645
Fue, también, año caro en queso. Por orden de la Baylía se mandan dos arrobas al comisario Armengol "por un concierto que con él se izo", y treinta y seis libras al capitán Reyes. Hubo que soltar queso "quando fue la gente tras el furriel para cobrar el macho que se llevaba".

AÑO 1646
Anotamos un regalo a Fray Altaba "para demorar el envío del dinero de la villa" que el buen clérigo había adelantado. A don Melchor Pedro se le mandan doce libras.

AÑO 1652
Se contiene con queso a un don Pedro Ballestero, de Alcorisa, "quando sele fué a pedir plazo de la deuda".
Pasando el siglo XVIII, sus inicios fueron bastante calamitosos para la villa. En el Libro de Cuentas de los Jurados Mayores, encontramos en el encabezamiento del año 1708 la siguiente anotación: "Gabriel Escorigüela Alloza, Jurado Mayor de Tronchón y cargo que se le hizo en su año por causa de las guerras por ser muy señalado y de muchos gastos excesivos".

Efectivamente, en abril de dicho año llega a la Villa el "Coronel de Cantavieja Conde D´Espinay, con doscientos soldados franceses del Regimiento de Charolais", que encierra y maltrata al Jurado Mayor y exige, "a título de Comisario de Guerra, de Sargento Mayor y por aquellos títulos que le pareció pedirnos, pues no se le podía replicar a nada de lo que pedía, por estar amenazando a cada palabra con cárceles y extorsiones", una elevada suma de dinero, la Villa acude a sus vecinos, que reunen sus escasas pertenencias en objetos de plata, (cucharas, tazas, tenedores, saleros y alguna fuente), consiguiendo llegar a unos ocho kilogramos de dicho metal. A esos objetos se unen los de las ermitas de la Villa y la cruz de plata de la parroquia, para entregar al francés 237 libras, diez sueldos y diez dineros en moneda valenciana.

El D´Espinay no se da por satisfecho y se apodera de una cadena de oro que la recién fallecida doña Ursula Colás había regalado para la construcción de dos cálices, exige trescientas ochenta libras más (que aporta el vecino Jaime Rubio) y otras doscientas treinta y seis libras que deberán serle entregadas en Cantavieja.
A las exigencias del francés de Cantavieja se unen los gastos de mandar gente para hacer camino a la artillería para "batir Morella y los muros de Ares"; hacer regalos a D. Miguel Ponc, gobernador de Morella, y a "otros capitanes y cabos... pasajeros y soldados... embiados por espías y otros extravagantes gastos hechos desde Pascua del Espíritu Santo al mes de octubre".

La Municipalidad de la Villa decide apretarse el cinturón y se rebajan en un tercio las dietas que perciben los Síndicos enviados a diferentes misiones: "por llamamiento de Coroneles, capitanes, gobernadores y cabos y para comunicar con los demás lugares de la Baylía lo que podían hacer o executar en los trabajos y aprietos en que cada día se veyan, era preciso salir y juntarse muchos días". Se toma, también, la decisión de "tomar dineros prestados", que consta en un "Quaderno del dinero prestado a la Villa", a quién buenamente pueda proporcionarlo: el comendador, don Manuel de Sada y su hermano don Miguel; don Garpar Miró y su hermano don Alberto, ricos terratenientes del Forcall poseedores de fincas y una hermosa casa de estilo renacentista en Tronchón; el boticario, mosén López, etc.

En 1712 se repite, aunque en menor escala, la situación de 1708. Esta vez otro francés, el teniente coronel "De la Nua" (Delaunoy?) "del Regimiento de Clarafontana (Clairefontaine) " quién se establece en la Villa con cincuenta soldados. Luego aparecen seiscientos de infantería, (guardias valones) y más del Regimiento de Flech, alojado en Aliaga, que "estubieron a discreción haciendo gastos muy excesivos".

El "platillo" volaba, cumpliendo su misión, pasando de la mesa de los personajes a las alforjas de los personajillos. He anotado presentes a "un comisario para debolber una caballería que exigieron para llebar al sitio de Lérida"; al Comendador Sada y su hermano; a "ocho soldados para que se fueran"; al Corregidor de Alcañiz, Marqués de Santa Coloma; "para sacar a Jusepe Ayora de la cárcel de Alcañiz"; al principe D´Herclay; al vicario de Luco para agradecerle servicios prestados en Zaragoza; "a un hombre que fue a cobrar paja"; a Caspe, "por librarse de llebar paja"; a Felipe Ibáñez, gobernador de Morella; a los cobradores del Maravedí; al rector de Alcañiz; a don Francisco Ferris "por aplazar el pago de las bulas"; al procurador que "nos faboreció en el Decreto de los Terratenientes"; al Tesorero; a un oficial del Regimiento de Amberes "para que se fuera con su partida"; al administrador de la sal; a D. Blas Caballero, que se quedó dieciocho libras de queso y no lo pagó".

En ocasiones, la villa se revolvía y protestaba contra los abusos y exacciones. He podido comprobar documentalmente el caso del coronel comandante de la plaza de Caspe, al encontrar un escrito, firmado por el príncipe D´Herblay, en el que, en extracto, dice: "Habiendo visto el Memorial que se me ha dado por parte de Vuestra Merced representándome que el Comandante de Caspe pretende le contribuya, V. M. con doze arrobas de queso... y ha cometido algunos excesos haziéndose dar de comer con exhobitanzia y un Real de a ocho cada día... Prevengo a V.M. no contribuya con dicha proporción de queso, ni con otra cosa alguna a aquel comandante si no es con los bagages que pidiere, y los gramos de la impuesta contribución destinados a la subsistencia del exercito...

Y al queso recurre la villa cuando, para poder hacer frente a sus obligaciones, decide solicitar un préstamo de trescientas setenta libras (moneda valenciana), "que se gastó en Zaragoza", a D. Thomás del Burgo, "Administrador de la fábrica de vidrios cristalinos de Tortosa". El primer envío de queso fue de diez libras, al que seguirían algunos más, pues la devolución del préstamo se realizó, previa "Concordia" de la villa con D. Thomás, mediante el trabajo de equipos de peones tronchoneros en la fábrica tortosina. Dicho trabajo y las relaciones con Tortosa duraron varios años.
Seguiríamos anotando hasta cansarnos y cansar a los lectores, pues estos presentes pueden considerarse como extraordinarios. Los ordinarios eran el regalo de un par de ejemplares "al predicador de la Quaresma", al organero, al escultor del retablo, a las personas que acudían a la villa para realizar cualquier obra, etc. Daremos, por tanto de mano, no sin antes lamentar que tan preciado producto haya desaparecido prácticamente del mercado y animar a los ganaderos de la comarca para que aprovechen la fama adquirida para tratar de sacarlo de nuevo a flote, contando con las modernas técnicas de industrialización y comercialización.
Les brindo, incluso, su frase publicitaria:
"QUESO DE TRONCHÓN, EL QUE COMIÓ SANCHO PANZA".

BIBLIOGRAFÍA y TEXTO..del periódico LUCHA DE TERUEL del 19-11-1979
TRANSCRIPCION DEL TEXTO Y COMPOSICION DE LA PAGINA POR
ANTONIO CONESA Y ANGEL GIMENO 25-9-2002