La "Universidad", Justicia y Jurados de la villa de Tronchón utilizaron el queso como medio disuasorio repartiéndolo profusamente para ponerse a bien con comisarios de guerra, salineros, colectores de bulas, usureros, soldados sargentos, alféreces, capitanes, comendadores, príncipes, condes y otros personajes a los que tenían que acudir para evitar que los vecinos de la villa quedaran con una mano delante y otra detrás para enfrentarse con la vida. No me extraña la fama adquirida por el producto, dada su difusión, lo que me extraña y mucho es que los tronchoneros pudiesen hincarle el diente a un pedazo y enterarse de su sabor, ahumado o no.
Mis notas abarcan desde mediados del siglo XVII, hasta principios del XVIII, y no ha sido posible extender más el trabajo por la confusión reinante en los archivos a partir del inicio de las guerras carlistas. Del período mencionado se conservan los libros de cuentas de los jurados de la villa e, incluso, encontré una memoria muy prolija de los hechos ocurridos en la guerra de la sucesión, escrita por el notario de la villa al que se debe... también, el meticuloso orden existente en el archivo hasta el final de su actuación.
Durante las campañas que, en el reinado de Felipe III, se llevaron a cabo en Cataluña, así como
en la guerra de la Sucesión, la comarca de las Tres Baylías formó parte de la retaguardia,
punto de concentración de tropas y, lo que es peor, asentamiento de los cuarteles de invierno
de las mismas. Lugares y villas daban alojamiento a la soldadesca en "paro estacional".
Españoles, tudescos, franceses, portugueses, valones y gente de la más diversa procedencia
sometían a la zona a un constante pillaje que se unía a las exigencias legales de servicios
de portes (valijas) y suministro de paja, carne, vino, etc.
Lo que podríamos llamar "capítulo de estrenas y presentes" extraído del libro de cuentas de los
jurados de la villa, nos ofrece el siguiente panorama:
Efectivamente, en abril de dicho año llega a la Villa el "Coronel de Cantavieja Conde D´Espinay,
con doscientos soldados franceses del Regimiento de Charolais", que encierra y maltrata al
Jurado Mayor y exige, "a título de Comisario de Guerra, de Sargento Mayor y por aquellos títulos
que le pareció pedirnos, pues no se le podía replicar a nada de lo que pedía, por estar
amenazando a cada palabra con cárceles y extorsiones", una elevada suma de dinero, la Villa
acude a sus vecinos, que reunen sus escasas pertenencias en
objetos de plata, (cucharas, tazas,
tenedores, saleros y alguna fuente), consiguiendo llegar a unos ocho kilogramos de dicho metal.
A esos objetos se unen los de las ermitas de la Villa y la cruz de plata de la parroquia, para
entregar al francés 237 libras, diez sueldos y diez dineros en moneda valenciana.
El D´Espinay no se da por satisfecho y se apodera de una cadena de oro que la recién fallecida doña Ursula
Colás había regalado para la construcción de dos cálices, exige trescientas ochenta libras más
(que aporta el vecino Jaime Rubio) y otras doscientas treinta y seis libras que deberán serle
entregadas en Cantavieja.
A las exigencias del francés de Cantavieja se unen los gastos de mandar gente para hacer camino
a la artillería para "batir Morella y los muros de Ares"; hacer regalos a D. Miguel Ponc,
gobernador de Morella, y a "otros capitanes y cabos... pasajeros y soldados... embiados por
espías y otros extravagantes gastos hechos desde Pascua del Espíritu Santo al mes de octubre".
La Municipalidad de la Villa decide apretarse el cinturón y se rebajan en un tercio las dietas que perciben los Síndicos enviados a diferentes misiones: "por llamamiento de Coroneles, capitanes, gobernadores y cabos y para comunicar con los demás lugares de la Baylía lo que podían hacer o executar en los trabajos y aprietos en que cada día se veyan, era preciso salir y juntarse muchos días". Se toma, también, la decisión de "tomar dineros prestados", que consta en un "Quaderno del dinero prestado a la Villa", a quién buenamente pueda proporcionarlo: el comendador, don Manuel de Sada y su hermano don Miguel; don Garpar Miró y su hermano don Alberto, ricos terratenientes del Forcall poseedores de fincas y una hermosa casa de estilo renacentista en Tronchón; el boticario, mosén López, etc.
En 1712 se repite, aunque en menor escala, la situación de 1708. Esta vez otro francés, el teniente coronel "De la Nua" (Delaunoy?) "del Regimiento de Clarafontana (Clairefontaine) " quién se establece en la Villa con cincuenta soldados. Luego aparecen seiscientos de infantería, (guardias valones) y más del Regimiento de Flech, alojado en Aliaga, que "estubieron a discreción haciendo gastos muy excesivos".
El "platillo" volaba, cumpliendo su misión, pasando de la mesa de los personajes a las alforjas de los personajillos. He anotado presentes a "un comisario para debolber una caballería que exigieron para llebar al sitio de Lérida"; al Comendador Sada y su hermano; a "ocho soldados para que se fueran"; al Corregidor de Alcañiz, Marqués de Santa Coloma; "para sacar a Jusepe Ayora de la cárcel de Alcañiz"; al principe D´Herclay; al vicario de Luco para agradecerle servicios prestados en Zaragoza; "a un hombre que fue a cobrar paja"; a Caspe, "por librarse de llebar paja"; a Felipe Ibáñez, gobernador de Morella; a los cobradores del Maravedí; al rector de Alcañiz; a don Francisco Ferris "por aplazar el pago de las bulas"; al procurador que "nos faboreció en el Decreto de los Terratenientes"; al Tesorero; a un oficial del Regimiento de Amberes "para que se fuera con su partida"; al administrador de la sal; a D. Blas Caballero, que se quedó dieciocho libras de queso y no lo pagó".
En ocasiones, la villa se revolvía y protestaba contra los abusos y exacciones. He podido comprobar documentalmente el caso del coronel comandante de la plaza de Caspe, al encontrar un escrito, firmado por el príncipe D´Herblay, en el que, en extracto, dice: "Habiendo visto el Memorial que se me ha dado por parte de Vuestra Merced representándome que el Comandante de Caspe pretende le contribuya, V. M. con doze arrobas de queso... y ha cometido algunos excesos haziéndose dar de comer con exhobitanzia y un Real de a ocho cada día... Prevengo a V.M. no contribuya con dicha proporción de queso, ni con otra cosa alguna a aquel comandante si no es con los bagages que pidiere, y los gramos de la impuesta contribución destinados a la subsistencia del exercito...
Y al queso recurre la villa cuando, para poder hacer frente a sus obligaciones, decide
solicitar un préstamo de trescientas setenta libras (moneda valenciana), "que se gastó en
Zaragoza", a D. Thomás del Burgo, "Administrador de la fábrica de vidrios cristalinos de
Tortosa". El primer envío de queso fue de diez libras, al que seguirían algunos más, pues
la devolución del préstamo se realizó, previa "Concordia" de la villa con D. Thomás, mediante
el trabajo de equipos de peones tronchoneros en la fábrica tortosina. Dicho trabajo y las
relaciones con Tortosa duraron varios años.
Seguiríamos anotando hasta cansarnos y cansar a los lectores, pues estos presentes pueden
considerarse como extraordinarios. Los ordinarios eran el regalo de un par de ejemplares "al
predicador de la Quaresma", al organero, al escultor del retablo, a las personas que acudían
a la villa para realizar cualquier obra, etc. Daremos, por tanto de mano, no sin antes lamentar
que tan preciado producto haya desaparecido prácticamente del mercado y animar a los ganaderos
de la comarca para que aprovechen la fama adquirida para tratar de sacarlo de nuevo a flote,
contando con las modernas técnicas de industrialización y comercialización.
Les brindo,
incluso, su frase publicitaria:
"QUESO DE TRONCHÓN, EL QUE COMIÓ SANCHO PANZA".