| LA ALFARERÍA DE TRONCHÓN |
Evolución de sus obradores
La villa de Tronchón, situada en la zona más oriental del Maestrazgo
turolense, perteneció históricamente a la Bailía de Cantavieja.
Como ha ocurrido en tantos y tantos pueblos aragoneses, sobre todo turolenses, su población
ha ido descendiendo vertiginosamente desde el siglo XIX, pasando de los 1.024 habitantes en
1832, (30) a los cerca de 1000 que tenía en 1900, los ya sólo 331 de 1970 y los escasamente
200 que parece tiene en la actualidad.(En la actualidad 96)
Este descenso humano ha ido paralelo a la desaparición de los que tradicionalmente fueron
sus más importantes medios de vida.
Así, ya no se hace el renombrado "queso de Tronchón", (Se vuelve ha hacer)
mencionado por Cervantes en el "Quijote"
y que tanto llamó la atención de Antonio Ponz a su paso por la localidad en 1788 (31), hasta
el punto de que señalara que la fama de la villa dependía de él y que la importancia de esta
industria recomendaba su perfeccionamiento. Tampoco queda nada hoy de sus fábricas de
sombreros, hechos de pelo de conejo y lana, que en 1849 se calificaban como destacada
industria de exportación, que se llevaba hasta Zaragoza y a varios otros puntos (32).
Ni subsisten tampoco los tintoreros ni tejedores que estaban establecidos en el siglo
pasado.
Y por supuesto, a la vez que desaparecían todas estas industrias, se extinguía también lo
que más nos interesa ahora, su alfarería. Porque Tronchón ha sido un importantísimo centro
alfarero, que no sólo produjo cantarería, sino también una destacada cerámica de fuego
(ollería) e incluso llegó a producir cerámica decorada, además de los habituales ladrillos
y tejas para la construcción. Pese a que no están precisados los inicios de este alfar, se
han atribuido a Tronchón piezas relativamente antiguas. González Martí pensaba (33) que
pudieron
proceder de allí algunas vasijas del siglo XVII, decoradas en verde y morado, que se conservan
en el Museo Nacional de Cerámica, de Valencia. Sin embargo hay que rectificar esta
clasificación, ya que esta cerámica fue obrada, sin duda alguna, en la capital turolense, y su
hallazgo en Tronchón se debió únicamente a la gran difusión comercial que la cerámica de
Teruel tuvo.
Datos más cercanos a nosotros, que nos documentan acerca de la evolución de sus alfares,
son los que nos ofrece el citado J.M. Barella. Las primeras noticias son de 1830 y proceden de
la "Gradación de utilidades de los Oficios e Industrias", en la que se registra la existencia
de 6 alfareros. Poco más tarde, en el Censo de la villa de 1832, se citan 5 alfareros
establecidos, o "varias alfarerías", como diría algo después Madoz (34) . A partir de estos
momentos y coincidiendo con la primera Guerra Carlista y el establecimiento del General"
Cabrera en Mirambel, los alfareros de Tronchón aumentarían su producción al convertirse en
abastecedores del pequeño "estado" que éste creara.
De esta época es la noticia de la realización en sus obradores de un piso de azulejos para
la Ermita de San Antonio Abad, hecho en 1844 por Gerónimo Belmente, que se pintó, como la
cerámica decorada, en policromía sobre barniz blanco estannífero.
Sin embargo, a pesar del aumento de la producción, el número de alfareros descendería
en los años siguientes, quizás como secuela de las guerras. De este modo, en 1869 sólo
quedaban ya 4 alfareros, y en 7577, únicamente 2. La última alfarería de Tronchón se haría
a comienzos del siglo XX, concluyéndose hace algo más de 50 años. Hoy no vive en el pueblo
ni un solo descendiente de estos alfareros, aunque los vecinos de edad si que recuerdan su
elaboración (35)
La familia que se dedicó últimamente a este oficio fue la de los Lucía, que no hicieron
sino seguir la profesión de sus antecesores. A comienzos de siglo trabajaban 4 miembros de
esta familia en obradores distintos, todos situados en la zona más elevada del pueblo, en las
llamadas "eras altas". Así recuerdan a Juan Antonio Lucía("el tío Infinito"), a José Lucía
("el tío Cañajo"), o el que cerró el último obrador, Joaquín Lucía, al que conocían como el
"tío Barro". En esta época se obraban cántaros y ollas, pero dado que el volumen productivo
mayor correspondió al segundo apartado, trataremos aquí únicamente de la cantarería y sus
formas, dejando las características concretas de su tierra, producción y ventas para el
capítulo con el que, más adelante, nos referiremos a la ollería aragonesa (Ver: capítulo
de ollería. Provincia de Teruel: Tronchón).
Piezas fabricadas y su decoración
La producción cantarera de Tronchón, torneada como su ollería, pero sin barniz alguno,
se apoyó fundamentalmente en la realización de cántaros y botijos. Estas vasijas presentan un
barro rojizo fuerte, que ha adquirido una tonalidad más oscura por el exterior debido al
continuo uso.

La arcilla utilizada en Tronchón la extraían de "Los Terreros", zona próxima al pueblo.
Empleaban únicamente una, que "rulaban",' cribaban y depositaban finalmente en la balsa para
hacer el barro. A diferencia de otros alfares, en este tenían hasta tres "pilas" grandes
cada vez menos profundas y más anchas, por las que se iba pasando y decantando el barro y de
las que todavía quedan restos en los obradores medio derruidos.
Una vez sacado de las balsas, el barro se depositaba en el interior del obrador, y antes de
utilizarlo sé amasaba con pies y manos.
Algunas cazolicas (Fig. 148) conservadas, son globulares de forma,
con borde en su boca y dos pequeñas asas, habiéndose vidriado totalmente por su interior y
apenas por la zona alta en su pared externa. Son similares a las "olles" de Valí d'Uxo
(Castellón).
Se tornearon también aceiteras y vinagreras (lám, 19), ambas en forma de barril estilizado,
con cuello más o menos alto, un asa y caño vertedor en la panza en las primeras. A algunas de
estas piezas se les aplicaba un "engobe" en su zona alta, de modo que quedasen dos bandas de
color tras el vidriado de su pared.
A la hora de "cargar" el horno, a diferencia de otros alfares, separaban las vasijas con
"caballetes", piezas equivalentes a los truedes, y ponían entre los "mantos" de obra "barras"
o delgados cilindros de barro, para igualar la altura y equilibrio de su suelo.